Paseaba con su vestido rojo por mitad de la calle, no podía dejar de mirar a su alrededor,
se sentía desprotegida, quizás hacía demasiado frío para llevar ese vestido,
aunque en el fondo,
no le importaba.
Andaba por aquellas estrechas calles sin dejar de sonreír.
Fue entonces cuando tropezó y se calló.
Nadie se acercó para ayudarla.
El vestido se volvió marrón.
Tras unos minutos de desesperación al ver la pasividad de las personas que la vieron en el suelo,
se levantó.
Llegó a casa y se quitó el vestido.
Enojada decidió que la mejor opción sería tirarlo a la basura.
Y eso fue lo que hizo.
La luz entró por su balcón a la mañana siguiente.
Ahí estaba, en la basura, manchado.
Tras observarlo pensativa, pensó que no debía ser ese su destino.
Lo recogió de la basura y lo metió en la lavadora.
Al día siguiente, decidió pasear por las calles de Granada,
decidió escoger su vestido favorito, el rojo. Y se dio cuenta de algo...
No importa si se mancha una y otra vez, porque es lo que lo hace especial de una manera u otra.
Era feliz con ese vestido y estaba segura que la próxima vez que se lo volviera a poner, nuevas aventuras y desventuras la acompañarían.
Ana Escudero
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