Me siento en la silla que me regalaron mis padres por reyes, pongo música, luz tenue y decido escribir. Miles de dudas acechan mi mente cansada, borro una y otra vez. No consigo plasmar lo que tengo dentro. No sé por qué, es algo que se me escapa de las manos, muchas veces he llegado a pensar que no lo conseguiré, pero encuentro otra vía diferente para desahogarme. Me miro al espejo, con música de fondo y ahí es donde sin decir nada, solo mirándome a los ojos, es cuando encuentro lo que quiero decir. Mis ojos son delatadores, es algo que siempre me han dicho. Puedo conseguir transmitir tantísimo por ellos que incluso me asusta a la par que me encanta.
Creo que la tormenta ya se ha disipado, no en su totalidad, pero en gran parte. Eso me hace sentir viva. las nubes se están despejando y puedo observar como unos tímidos rayos de sol atraviesan las pequeñas nubosidades que, perezosas, no han querido moverse para dar paso a un nuevo día, una nueva vida.
El cielo se tiñe de un color rosado. Como mis mejillas cuando sonrío. Puedo cerrar los ojos y coger aire. Lo necesitaba. Es agradable. La tormenta ha pasado, ahora así estoy segura. El cielo es esponjoso, podría darle un pequeño bocado y saciar mis ganas de algo dulce.
Con la ayuda del viento, el cielo se despeja y da lugar a un sinfín de oportunidades, oportunidades que pienso aprovechar una tras otra.