lunes, 11 de marzo de 2013

Debo madurar y no ser tan inocente.

Lluvia. Cae la lluvia del cielo. Cielo puro y bello. Mis ojos se empañan. Odio como soy en algunas ocasiones. Soy demasiado ¿buena? aquellas personas que me han hecho daño aún me siguen importando, me preocupo por como estarán y ellas, en su lugar, se dedican a insultarme, a despreciarme. Es algo duro, pero cierto.

El ser humano es extraordinario. Tanto para lo bueno como para lo malo. Me he visto rodeada en un infierno y ahora que por fin respiro tranquila, sigo triste. Triste, apagada. Pese a que en la casa hay demasiado buen rollo, que con mis compañeros de facultad todo va genial, sigo sintiendome sola. Imagino que es porque quizás necesite a mi pareja, a mi hermana o a mis padres. La cosa es que no quiero volver a Lucena. Demasiadas cosas malas residen allí.

Lo cierto es que ayer mi madre me dio una noticia que me partió el alma en dos. Hoy lo hablé con Irene, una vieja amiga. Es duro ver como alguien de la infancia está tan mal. Y es cuando me miro al espejo y digo:

- Ana, tu ves como está el mundo ¿y aún así te quejas por tonterías?

Debo madurar, y madurar solo se da a base de golpes duros.

Hoy no es un buen día. La facultad se ha hecho eterna. La casa está desastrosa, estoy harta de decir que limpien. Mi padre no ha podido venir hoy. Y Aitor no viene este fin de semana. Lo único que podría cambiar mi estado de ánimo sería que mis padres dejaran a mi hermana aquí unos días conmigo. Lo necesito. No pido mucho.

No tiene mucho sentido esta entrada de blog, solo he dicho cosas que se han materializado en mi mente. No me hagáis mucho caso.

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